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martes, 25 de abril de 2017

Traté de unirme a la Legión Extranjera Francesa

Propaganda cerca de la entrada de un centro de entrenamiento
A finales del año pasado, decidí que sería una buena idea unirme a la Legión Extranjera Francesa. Yo vivía en Birmingham, Alabama, y estaba estancado, vendiendo seguros por un sueldo miserable, viviendo en un pequeño apartamento, junto a las viviendas de interés social, y aún yendo tras las chicas universitarias (aunque siempre terminaba con sus primas que habían abandonado los estudios).

Estaba tomando malas decisiones, y lo sabía. Una noche, mientras estaba en un bar de mala muerte que yo solía frecuentar, escuché la conversación de unos ancianos veteranos de guerra, quienes aseguraban que, si lo tuvieran que hacer de nuevo, se unirían a la Legión. — Y lo harían ahora mismo. Y, como muchos otros aspirantes esperanzados, decidí probar suerte. En retrospectiva, no sé qué fue lo que me orilló a hacerlo. Lo único que sabía era que Francia parecía ser el lugar más lejano al que podría huir desde Alabama.


La Legión Extranjera Francesa es una de las únicas fuerzas militares occidentales constituidas principalmente por nacionales extranjeros. Fue establecida hace casi doscientos años por la misma razón que Australia: darle a la escoria de la sociedad un nuevo propósito en la vida, preferiblemente uno que los llevase tan lejos de casa como fuese posible.

La Legión estará encantada de hacerte pelear una guerra por un país con el que apenas estás familiarizado. A cambio, eres enviado a un lugar recóndito del planeta, donde tendrás una oportunidad de reinventarte a ti mismo.

A lo largo de su historia, la Legión le ha dado una segunda oportunidad a mucha gente que ha agotado todas sus alternativas o, como se dice, quemado todos sus cartuchos. Una nueva identidad, un nuevo comienzo y un nuevo y flamante pasaporte francés aguardan a aquellas contadas almas dispuestas a aguantar todo lo que esta vida implica. La única pega es que hay que firmar un contrato de cinco años y aceptar el hecho de que te exprimirán por todo lo que vales; o, al menos, por todo lo que han invertido en ti.

Aunque sabía a qué me estaba metiendo, gracias a la película Legionnaire, de Jean-Claude Van Damme, no tenía idea de todo lo que suponía ser un legionario al momento de dejar atrás mi vida anterior. A diferencia del ejército de EE.UU., donde hablarás con un reclutador que te llevará de la mano, en la Legión Extranjera lo mejor que podrás hacer es tocar la puerta del centro de reclutamiento, pasaporte en mano y dedos cruzados. Que no se me malentienda — estaba tan preparado como podría haberlo estado. Había renunciado a mi trabajo, dejado mi apartamento y contratado un servicio de almacén en EE.UU. para guardar todas mis pertenencias. Me encontraba en buena forma física y estaba decidido. Un billete de avión sin retorno, varias escalas y 22 horas después, ya estaba en Aubagne, en Francia.

Después de tomar unas cuantas cervezas en una taberna local, me sentí fresco y lleno de energía; de modo que empecé a prepararme para, posiblemente, despedirme de mi libertad y de la realidad por un largo tiempo. Finalmente, reuní el valor para presentarme a la puerta del centro de reclutamiento. Allí conocí a varios aspirantes a legionario: un marroquí delgado, fumador empedernido, y dos españoles que lucían como si hubieran salido de El club de la lucha versión Eurotrash. Poco después, un ruso bien curtido (y que bien podría haber estado en camino a un Gulag en Siberia) se unió a la espera. Había barreras lingüísticas entre nosotros, pero nos enseñarían francés como parte del trato que haríamos con la Legión.

Antes de finalmente dejarnos entrar, un legionario armado — el primero que había visto en persona — revisó nuestros pasaportes. De repente comencé a comprender la gravedad de mi — algo impulsiva — decisión. El legionario se aseguró de que cada uno de nosotros pudiera hacer, por lo menos, cuatro dominadas en barra fija, para que, más tarde, no hiciéramos perder el tiempo a los que nos entrenarían.

Lugar de residencia de los legionarios
Después de entregar nuestras pertenencias restantes, se nos mostró el lugar donde estaríamos viviendo por el momento. — un edificio deteriorado, reminiscente de un bloque de apartamentos soviético o una prisión con estilo Art Decó.

Las semanas siguientes consistieron en una avalancha de exámenes médicos y físicos, y pasar una gran parte el tiempo sentados, esperando. Matábamos el tiempo compartiendo cigarrillos y charlando. Cuando escuchabas mencionar tu nombre, llamándote para tu siguiente examen, tenías que correr obedientemente, con una urgencia imaginada, y ponerte en posición firme. Si en algún punto no aprobabas un examen o surgía algún problema médico, se te regresaban tus pertenencias y estabas fuera en cuestión de minutos.

Hay un viejo chiste que dice: "SE VENDE - rifle francés, ha sido dejado caer dos veces, nunca ha sido disparado". Para quien no lo entienda, el chiste alude a la tendencia que tienen los franceses a rendirse ante sus enemigos en la guerra y/o ser ocupados por otras naciones. Como muchos otros chistes, éste se basa en un estereotipo mal informado — es decir, en los tiempos de Napoleón, ¡nadie pensaba que los soldados franceses fuesen incompetentes! — En fin, como consejo, por más gracioso que parezca, no hay que mencionar este chiste a los aspirantes a soldado franceses en Aubagne, ya que muchos de ellos se toman muy en serio a sí mismos.

El grupo de chicos que conocí en la Legión era de lo más variopinto. Aparte de una sesión de la ONU, no logro imaginar ninguna otra situación en la que sea posible encontrarse en un cuarto con personas de tantas nacionalidades distintas. Además, las personalidades que se pueden encontrar en la Legión son mucho más interesantes que cualquiera que se pueda encontrar en la ONU.

En cierta ocasión, un egipcio me pidió que orinase en un condón. Al parecer, lo tomaron por sorpresa, le iban a aplicar una prueba de detección de drogas, y él había estado fumando hachís hasta pocos días antes de enlistarse. Como no conocía al chico, fingí ignorancia y rechacé hacer lo que me pidió. Jamás lo volví a ver.

Las pruebas que siguieron fueron diseñadas para determinar si éramos lo suficientemente inteligentes. Primero se nos administraron unas pruebas de razonamiento, parecidas a las que vienen en el examen SAT (de admisión a la universidad en EE.UU.), que usaron para descartar a algunos de los candidatos menos brillantes. Después vino una entrevista, en la que básicamente nos preguntaban "¿Por qué te quieres unir a la Legión?" Al más puro estilo de una entrevista de trabajo, era un ejercicio en el que les decíamos lo que creíamos que querían oír. Después de eso, un psiquiatra intentó hacernos sudar, al poner en duda nuestras intenciones y señalarnos nuestros defectos.

El armario de un legionario
Finalmente, después de innumerables horas de espera en condiciones incómodas, lo único que se interponía entre nosotros y nuestro puesto en la Legión era lo que llamábamos "Gestapo". Los rumores contaban que, para entonces, la Legión lo sabía todo sobre nosotros. La palabra Interpol es muy mencionada — Cualquier antecedente financiero, criminal, familiar y laboral imaginable es, supuestamente, conocido por la Legión. — Llamadme visceral, pero creo que son tonterías. No me malentendáis; creo que alguien, en algún lugar, tiene acceso a toda esa información, pero ese alguien no es un burócrata francés apático que trabaja en un edificio destartalado en medio de los suburbios Marselleses. De cualquier manera, se me llamó para ser interrogado.

La idea de interrogarte es intimidarte; y que, así, les confieses todo lo que has hecho mal desde el día en que naciste. Los oficiales, como es clásico, aplican esa táctica psicológica de "Si mientes, lo sabré; así que lo mejor es que digas la verdad y te dejaré ir sin mayor problema". Mi interrogador tenía, frente a él, mi móvil y mi laptop, casi olvidados ya, cuyos contenidos ya habían sido hurgados. Por virtud de uno de esos giros del destino, tampoco tenía nada demasiado incriminatorio en ella.

Llegué a escuchar historias de la "Gestapo" criticando efusivamente fotografías al desnudo (que alguna vez habían sido privadas), examinando el historial de navegación web, y cuestionando incesablemente la orientación sexual del dueño. En mi caso, creo que mi pobre dominio de la lengua francesa, que podría parecer una desventaja, resultó ser una bendición, ya que parecía que mi interrogador sólo estaba esperando el momento de largarme de su oficina.

Por desgracia, al final, se tuvieron que aplicar criterios subjetivos para elegir de entre los candidatos que quedaban. Quedábamos 36 que habíamos pasado todos los exámenes, pero sólo 18 seríamos seleccionados para comenzar el verdadero entrenamiento militar en la remota y misteriosa "granja". Confiaba en mí mismo, pero no estaba seguro de nada. Quería avanzar en el proceso de selección, pero beber y dormir en una cama también sonaban muy bien. Tras la puerta número 1 había noches en vela y castigos físicos, mientras que a través de las grietas de la puerta número 2 se podía entrever la luz de una vacación inmediata por Francia.

¿Qué pasó después? En resumen, fui descartado sin pena ni gloria. Se me entregó una cantidad de dinero casi insultante (lo cual fue una agradable sorpresa, ya que no esperaba nada), se me devolvieron mis escasas pertenencias, y en cuestión de minutos ya me encontraba fuera, vestido de civil. Sin explicación. Sólo un "gracias por intentarlo, no vuelvas más".

Mi carta de rechazo
Puedo hacer algunas conjeturas basándome en quiénes lograron pasar la prueba y quiénes no. Aparte de haber pasado todos los filtros, nuestra selección no tuvo nada que ver con el desempeño que mostramos en las pruebas. Si eras francés o tenías alguna experiencia previa en la infantería del ejército tu país, estabas dentro. El resto de los chicos a los que se les permitió continuar parecían especialmente pobres y desesperados — tenían muy pocas opciones en sus lugares de origen, y la posibilidad de ganar un salario de $50,000 anuales y obtener, al final, la ciudadanía francesa, los motivaría a soportar casi cualquier cosa.

Dicho lo dicho, estoy satisfecho con los resultados de todo esto. Aprendí un poco de francés y me quedé en Europa el tiempo suficiente para encontrar mi camino. Ahora estoy en Bucarest, donde la cerveza es barata y mi dominio del inglés es muy valorado en el mundo laboral. Incluso he conocido a una chica local que nunca ha oído de Alabama. Parece ser que, después de todo, uno no se necesita unirse a la Legión para escapar.

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